Villa de Grado - Asturias - España
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ASTURIAS EN EL CAMINO DE SANTIAGO Joaquín Robles González De esto hace ya muchos años, tantos que la mayor parte de las gentes de entonces, ya no viven. Ahora gentes que vinieron de otros lugares no pueden tener el recuerdo de aquellos tiempos, del paso de peregrinos andando a Santiago. La historia que voy a contar es la de un peregrino muy singular, ya que su peregrinaje lo realizaba anualmente. La Cruz era lugar que señalaba y señala el camino a los peregrinos, cruz de piedra labrada que se alza al lado del camino, al borde de la finca y molino de los abuelos. Desde siempre les ví pasar. Mi barrio tomó su nombre de esta señal. La calle La Cruz se alarga hasta la salida de la villa, empieza en la Fuente de Arriba y termina en el puente de La Podada. Casa Tarrazo y detrás casa Bolívar, el colegio, el almacén de Conrado, la fábrica de galletas de Fernando García, el garaje de Cándido, casa El Valenciano y casi de frente la cochera de Rodas y la Carretera Nueva. El molino, con la cruz de piedra al frente, el estanco o casa Serafín. Al otro lado, casa La Gilda, casa de Pedregal, las casinas y luego la fragua de David, el puente y el camino de los peregrinos que van andando continúa hacia Occidente subiendo por el camino de San Juan de Villapañada y el santuario de Nuestra Señora de El Fresno. Hoy gran parte de las casas nombradas aún siguen en pie, pero modificadas o encajadas entre modernos edificios de viviendas. Al llegar a casa, de la escuela, nos encontramos con la noticia de que había llegado Costales. Costales era un antiguo peregrino, conocido de los abuelos desde hacía muchos años, que hacía un alto en nuestra casa, en su peregrinación anual a Santiago de Compostela. Paraba a primeros de junio a la ida y a últimos de agosto a la vuelta. Se quedaba una o dos noches a dormir en el cuarto que los abuelos tenían al lado del taller del abuelo detrás del molino. A las horas de comer se sentaba a la mesa con todos y hablaba de sus experiencias del camino. A los chicos nos fascinaba. Nosotros no le conocíamos por otro nombre que el de Costales, por el par de sacas en las que portaba sus pertenencias, atadas a las espaldas con unas correas tipo mochila. Costales era todo un mundo de noticias e información, además no era un peregrino cuatrienal como la mayoría, sino que realizaba el camino en solitario todos los años. Hablaba con detalle de pueblos y lugares como Santurce, Santander, Santillana y San Vicente de La Barquera, lugares lejanos de la provincia castellana de Cantabria, que a nosotros los chicos se nos antojaban todos lugares “santos”, ya que empezaban por “san”. Nuestra niñez transcurría en esta zona agrícola-ganadera, un valle a 26 km de Oviedo, en la carretera del interior que va a La Coruña. El primitivo “camino del interior” que por Asturias siguieron siempre peregrinos que se dirigían a Santiago. Al molino maquilero de los abuelos no lo movían las aguas del Cubia que bajan bravas de las alturas y se domestican al llegar a la vega, sino las más escasas del río Ferreriro, que bajan desde San Juan y Sierra Sollera y por medio de una presa se recogían para dar fuerza a los molinos maquileros de la villa y regar prados y huertas. Costales el peregrino era muy limpio, olía a humo y a jabón del Chimbo. No se presentaba con la ropa rota o descosida (cosa común de ver en aquellos tiempos), pero si que era una colección de remiendos y parches. Hasta en el paraguas que llevaba colgado del hombro con una cuerda, tenía llamativos remiendos la mar de curiosos y bien cosidos. Le teníamos por montañés y él decía se decía pasiego, pero nosotros no sabíamos que era eso. Con los mayores hablaba perfecto castellano con algún acento de La Montaña, pero con los pequeños se hacía pequeño y nos hablaba mezclando infinidad de palabras del bable con el castellano, sabía cómo hacerse querer y nos enseñaba más cosas que nuestra maestra de la escuela. Costales todos los años visitaba Covadonga y desde Arriendas, siguiendo la ruta del interior, por caminos de Infiesto, Nava, Pola de Siero, llegaba hasta la catedral de Oviedo. Luego proseguía su camino hasta Trubia, El Escamplero y entraba en Grado desde Las Regueras y Anzo por el puente romano de Peñaflor. Desde nuestra casa partía hacia el Oeste por el santuario de El Fresno, dejando de un lado la carretera a Cabruñana y pasando por Doriga, Salas, La Espina, Trevías, llegando de nuevo a orillas del Cantábrico, Luarca, Navia y a 46 km Ribadeo y Galicia. Hablaba de la ruta o Caminos del Interior y también de esta de la costa, que entrando por Ribadeo, prosigue por Mondoñedo, Villalba, Friol y confluía con el Camino Francés en algún lugar de Arzúa. Describía el Pórtico de La Gloria y los tiraboleiros y el botafumeiro, los castros celtas que visitaba en el camino y un sin fin de monumentos, pueblos y gentes. De cada lugar nos contaba alguna anécdota o historia. De Trubia, que todos los niños sabíamos que estaba más o menos a medio camino yendo hacia Oviedo e incluso algunos de nosotros había visitado viajando en tren con nuestros mayores, él nos informaba que allí había unas fábricas enormes, que hacían de todo, desde cañones hasta mecheros. Que allí trabajaban muchos aldeanos que iban de almadreñas y que cuando se rompían en los talleres las correas de transmisión de alguna polea, éstos decían que “rompió el sobeo” (correa con la que en el campo se ata al yugo la lanza o baral del carro). Nos decía que los de la corte de San Jaime (se refería a los ingleses), siempre habían estado muy interesados en hacerse con el cuerpo del apóstol o restos que quedan de él, para llevárselos a Inglaterra. Que por eso había muy pocas personas que realmente supieran en que lugar de la catedral de Santiago yacían la mayor parte de esos restos. Costales me decía que Jesús de Nazaret Casadavid (con los dos apellidos), había muerto donde yo había nacido, en La Cruz. Yo no entendía muy entonces lo que el buen hombre quería decir, pero como una esponja que absorve un montón, cada frase que pronunciaba se me quedaba tiempo y tiempo dándole vueltas. “A la entrada de Oviedo y a la salida, hay una panadera, mucho me mira”. Yo le pedía me aclarara si era a la entrada o a la salida, pues no entendía pudiera ser las dos cosas a la vez. Pero el abuelo terciaba diciendo que a la entrada cuando llegaba y a la salida al irse de Oviedo”. En el taller del abuelo, éste y Costales también pasaban grandes ratos hablando, si cómo instalar una llanta a una rueda de un carro o cómo corregir la cojera de un caballo, modificando una herradura. A los más pequeños les decían que se fueran a jugar fuera, pero yo me aupaba al banco de trabajo del abuelo, si él no estaba haciendo algo en el y allí sentado me dejaban estar quedándome quieto… aunque no del todo, pues mis piernas colgando se movían como péndulos atrás y adelante, cosa que debía de molestar mínimamente al abuelo, que cuando pasaba junto a mí, ponía sus manos en mis rodillas para que me quedara totalmente inmóvil. A la vuelta, Costales siempre traía semillas y nos daba de calabazas que él llamaba calabazas vinateras, de esas que cuelgan de la cintura o del bastón de algunos peregrinos y son más anchas por la parte de la flor y forman cintura al medio. La abuela, una vez formadas, secas y vacías, usaba estas calabazas para guardar dentro de ellas grana de tomates y berzas, que recogía en la huerta de al lado. Cuando regresaba a la montaña, si salía tarde de nuestra casa, los abuelos le advertían que andando se haría de noche antes de llegar a Oviedo y él les contestaba con el dicho “quien no puede llegar a Oviedo, queda en el Escamplero”, lugar bastante antes de llegar a la capital del Principado, viniendo con dirección de La Coruña. Joaquín Robles González |