Villa de Grado - Asturias - España
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la malatería de san lázaro de cabruñana Por álvaro valdés díaz Era el lugar de Cabruñana, la más pequeña
de las feligresías del Concejo, del Patronato de Valdecarzana.
Encumbrada sobre la de San Juan de Villapañada, es el límite
del término municipal de Grado, separándola de Salas y Candamo.
Comprendía en 1798 unos 1200 días de bueyes, con sólo 12 vecinos, 12 casas habitables y 46 colmenas. Hubo en este lugar un Hospital, creado para albergar leprosos al extenderse por el territorio la enfermedad, conocida también como "fuego de San Antón", "pelagra" y "mal de la rosa"; en el también residían otra clase de pacientes, cuidando de aislarlos de los malatos para evitar el contagio. La primera noticia de su fundación es conocida en el año 1266, a través del testamento del Arcediano D. Fernándo Alonso. En 1376, Enrique II otorgó un privilegio a "los omnes e mugeres malatos de Cabrunnana, que es en tierra de Asturias, recibimoslos en nuestra guarda e en nuestra encomienda e en nuestro defendimiento a ellos e a sus labradores e sirvientes e a todas sus cosas". Además de esas noticias de los siglos XIII y XIV, tenemos a principios del XV, el testamento de Diego Álvarez que en 1409 deja varias mandas a los malatos de Cabruñana. Situado en el alto de su mismo nombre, hubo de ser lugar muy transitado, por la cercanía de la ruta principal de peregrinación a Santiago de Compostela. Ello habría dado lugar, según nos relata D. Álvaro Fernández Miranda en su obra "Grado y su Concejo" (Madrid, 1907) a que los Hospitalarios de San Juan de Malta, fundaran en el próximo lugar de San Juan de Villapañada un monasterio-hospital-albergue de peregrinos, en torno al cual fue creciendo una población, que llegó a ser Ayuntamiento Constitucional. Villapañada y Cabruñana fueron Cotos, suprimidos como todos los demás por R.O. de 18- II- 1826, y figuran incorporados a Grado desde 1827. Hay pues un Hospital y una Malatería muy cerca uno de otro. El Hospital, como ya dijimos fue obra de la Orden de Malta, la Malatería no sabemos quien la fundó, pero al menos durante algún tiempo, no fue ajena a dicha Orden, pues en el Archivo del Real Hospicio hay un inventario en que figura "un título de D. Fray Diego dé Toledo, de la Casa Hospital de Jerusalén, por el que concede facultad a Fray Diego Belez, para arrendar. vender y cambiar los bienes de esta malatería de Cabruñana. Su fecha 18 de Septiembre de l549". Sin embargo, la presentación, del curato de Cabruñana era del Marqués de Valdecarzana, que en 1727 la hizo a favor de D. Miguel Álvarez Ferrero. El mismo Valdecarzana había hecho en 1650 una donación inter-vivos de varias heredades a favor de la malatería . Otras fuentes de ingresos eran los impuestos tales como aquel por el cual toda persona que llevase vino al Coto de Cabruñana debería de pagar dos pucheras de él a los malatos. cualquiera que fuese la cantidad traficada. también tenía la malatería en posesión el llevar los quintos de los nabos y más frutos que se sembrasen en dichos términos. También tenían ingresos por las donaciones, foros y rentas que la malatería adquiría por la entrada de enfermos. Esa cuota de ingreso, en ocasiones de libre voluntad, era en la práctica obligatoria. Así el 16-IX-1619. Alonso González, de Quinzanas, por la entrada de su hija María, que está malata. acude a "pagar la entrada ordinaria para la dicha orden, que son dos ducados, allende otras cosas de su libre voluntad", es decir, lo voluntario son "las otras cosas", pues unos días más tarde ingresó "García Álvarez de Biagaña, de Salzado, vecino del Concejo de Grado, e dijo que por cuanto el avía entrado por malato en la malatería de Sr. San lazaro de Cabruñana oy dicho día, y el dicho cura de la malatería y malatos lo abian admitido en ella con que primero y ante todas cosas heciese escriptura de foro y asiento de un toledano de escanda de foro y renta perpetuo para dicha malatería". Pagaban, pues, los malatos a su entrada, dos ducados, o fundaban una renta anual y perpetua de medio celemín, un toledano o copín de escanda, cantidad que variaba probablemente con arreglo a la capacidad económica del enfermo, aunque lo más corriente era el pago de un cuarto de escanda, declarándose que cuatro partes equivalen a tres celemines. Esas rentas tenían que ser "puestas en el palacio de la dicha orden" generalmente el día de San Martín. Ingresaba el enfermo con "cedula de esamen", con mandamiento del provisor del Obispado, o con ambos docurnentos. Mención especial, para resumir los requisitos que el enfermo había de cumplir a su ingreso, es el siguiente documento escrito por el propio leproso, que era escribano de Grado: "En veinte y un días del mes de marzo de mil quinientos y ochenta años, yo Albaro Gonzalez de Grado, escribano. vecino de la villa de Grado. digo que atento oy dicho día soy admitido por el cura y malatos de la orden del Sr. San lazaro de Cabruñana a la dicha orden, por carta y esamen que traje de médico.. y para alimento de la dicha orden y malatos mando y con mi voluntad que ahora e para siempre jamas aya i liebe medio zelemín de escanda cada año por el foro y renta que yo y mi muger..", ".. y el dicho Albaro Gonzalez, escribano, lo firmo con su nombre". Ocho años después habiendo muerto ya este enfermo, el clerigo, cura y rector e administrador y vicario y prior de la orden de San Lázaro de Cabruñana, denunciaba que la viuda, Leonor Gómez de Grado, se resistía a pagar el medio celemín de renta que el escribano había fundado, "para complir con la orden como los malatos que entraron y entran en la dicha casa", y se lamentaba de ello "atento la Orden ser pobre y los malatos padecer necesidad". Se cree que en ningún momento hubo más de seis enfermos en la malateria, pues son varias las ocasiones en que se menciona la totalidad de los existentes y nunca sobrepasa esa cifra. Y el tiempo de estancia no era superior a los tres años salvo algunas excepciones. Las leproserías conocidas como convento, palacio y malatería. eran los lugares donde se atendía a las personas que padecían esta enfermedad que parece llegó a Asturias a través de las legiones romanas, en la Edad Antigua y con los invasores musulmanes y peregrinos de toda Europa en la Edad Media Los enfermos llamados malatos, leprosos, lacrados, plagados, enfermos de la Orden, enfermos del Sr. San Lázaro. estaban en Cabruñana a cargo del Cura, el cual además de la administración de sacramentos y atención a los enfermos y moribundos. actuaba en ocasiones como administrador. Existía también la figura del Mayordomo, encargada de cobrar por las distintas feligresías las rentas, limosnas y otros derechos de los malatos. Unas veces desempeñaban solos este cargo y otras iban acompañados de los enfermos, limitándose a cargar en una caballería las limosnas en especie que aquellos obtenían, tomando nota de su cantidad y transportándola al hospital, donde, después se llevaba a cabo el reparto. No siempre fue buena la administración del Hospital, ni de sus bienes, habiendo pasado por épocas fatales, lesionando sus intereses, deudas malamente contraidas y la pérdida de fincas, no recuperadas. En los primeros tiempos de su fundación el administrador era un Abad, como ya hemos visto en el inventario del Archivo del Real Hospicio, más tarde lo fue el Cura o Capellán de la Malatería, y en su última época, personas de reconocida solvencia y arraigo, pero así y todo, no se extirparon determinados abusos. En los años 1871 a 1883 era Administrador del Hospital D. Luis González de la Laguna y lo fue después D. Victorio Valdés, ambos de Grado, este último rindió cuentas por mandato de la Audiencia y dejó satisfactoriarnente probada su gestión. Es casi seguro que el alta de los enfermos fuese siempre por defunción, pues admitiendo que no todos padeciesen el "mal incurable de la lepra", y, por tanto reponerse de sus males, una vez habituados a la hospitalización, es de suponer que no quisiesen renunciar al modo de vivir que habían tenido que comprar a su ingreso. Los negocios concernientes a la malatería, y la admisión de nuevos enfermos, tratábanlos el cura y los malatos reunidos en "ajuntamiento, por son de campana tañida, dentro de la casa y orden, y en la capilla de ella". Si el aspirante reunía las condiciones precisas "rescevia la orden del señor San LaÇaro y era admitido en ella". Los documentos de esta malatería califican, más que los de ninguna otra, como leprosos a sus enfermos, aunque también los llaman malatos; y muy frecuentemente eluden nombrar la enfermedad, empleando la fórmula: "que avia sido Nuestro Señor servido que fuese de la orden y malatería del Sr. San Lazaro". La leprosería de San Lázaro de Cabruñana se asentaba al sureste del antiguo templo parroquial, el cual fue demolido en los años 70, conservándose en nuestros días, la cabecera, la cual tras su rehabilitación como Capilla del Camposanto alberga en su interior un notable conjunto pictórico, objeto de restauración, al estar incluido en la ruta Arqueológica de Cabruñana de reciente creación. No se conservan en la actualidad restos de lo que fue la Malatería, si exceptuamos los vestigios soterrados que parecen advertirse en el pequeño rellano de la finca que bordea los dos caminos que conducen ala referida Capilla del Camposanto. En este lugar se encontraba una capilla dedicada a San Lázaro que fue demolida poco antes de la guerra del 36. Cerca de la capilla, había una especie de cuadra alargada, con cinco o seis celdas, cada una de las cuales tenía una puerta abierta al mediodía, conociéndose el lugar como la Malatería. A los siglos XVI y XVII pertenecen la mayoría de las noticias que se conocen de esta malatería. la cual en la segunda mitad del XVIII es incautada, como el resto de las 31 malaterías que había por Asturias, siendo la de Corros de Candamo la más próxima a esta, por la Real Audiencia, recibiendo en nombre de ésta la visita del Licenciado Cacho, que en 1770 lleva a cabo el Apeo de los bienes de la malatería de Cabruñana, los cuales a partir de 1781, aparecen administrados junto con los de Corros en Candamo. Ya avanzado el siglo XIX, todavía el Hospicio de Oviedo saca a remate en el Boletín Oficial de 25 de Octubre de 1865, las rentas que quedaban de esta malatería con sus foros y frutos. álvaro valdés díaz |