Dividiremos,
pues, aquella historia en tres distintos períodos o épocas:
la primera, desde los tiempos primitivos hasta la erección
de los Ilustres Gremios de Grado y su Concejo (primer tercio
del siglo XIV); la segunda, desde esos tiempos hasta la invasión
francesa de 1808; y la tercera, desde este
año hasta nuestros días.
Pasemos
a ocuparnos del primer período.
A
través de las densas tinieblas de las edades lejanas, no
se vislumbra claramente quiénes fueran los primeros habitantes
del Concejo de Grado; pero cabe suponer con fundamento que ha sido
de las comarcas que más pronto se poblaron en Asturias, debido
a su mucha fertilidad, causa esencial entonces para la vida, y que,
esos primeros habitantes, como los de todo pueblo primitivo, estarían
dedicados á la caza, la agricultura y la guerra. Sabemos,
por otra parte, que los astures, llamados así del río
Astura, después Esla, eran fuertes, indómitos,
semisalvajes; preferían la muerte a la esclavitud; gozaban
de un gobierno patriarcal, formando tribus, y eran idólatras*.
Cierto parece también que esos remotos pobladores de la región
asturiana fueron los iberos, que alcanzaron buena civilización,
y más tarde los celtas, oriundos del Norte, y ellos
serían, al desparramarse por Asturias, los primeros que habitaron
la comarca gradense. Hacer afirmaciones es propenso a error: todo
son conjeturas; poco se sabe*.
En
el idioma de aquellos astures hay voces y términos cuya raíz
se encuentra en lengua griega, hebrea y céltica*,
y en épocas posteriores, corrompida la lengua latina,
apareció el romance y el modesto bable,
principio del idioma español, impropiamente llamado castellano.
El
origen de Grado es asimismo obscuro e incierto; pero aunque alguien
asegure que era desconocido durante la época romana, y con
mayor motivo en anteriores tiempos, puede inferirse, con mayor o
menor fundamento, que es de los más antiguos pueblos de la
provincia.
Cuentan
los cosmógrafos, que poblaron a Asturias los maliacos,
entre otras gentes, y que al extenderse por nuestro Concejo, fue
Maliaca su pueblo principal, el Grado de hoy
día, y que así se llamó aun en
tiempo de los romanos, designándole el griego Ptolomeo por
ciudad de los astures*.
Trelles es también de los que suponen sea Grado la antigua
Maliaca, y se apoya para suponerlo en el Obispo gerundense
y D. Alfonso de Cartagena; pero otros historiadores ponen a Maliaca
en la provincia de León, como el Reverendo Flórez
en La España Sagrada, y acaso estén mejor orientados*.
Respecto al P. Carballo, asevera gravemente que debe Grado su fundación
a los vándalos, en el siglo V, como lo muestra, dice,
su mismo nombre, Grado, que en lengua por ellos usada quiere decir
ciudad, y así la llaman Miñano y otros;
y conforme a esta opinión, afirmase generalmente que es la
única población de Asturias de origen vándalo,
debiendo su nombre á Gunderico, primer rey de aquella raza.
Pero faltan los fundamentos en asertos semejantes: Itacio y los
Rvdos. Flórez y Risco, con otros autores serios, dicen que
ni siquiera estuvieron en Asturias los vándalos, si
bien el Obispo D. Pelayo expresa lo contrario, é igualmente
un instrumento atribuido a Wamba, las Crónicas de Sampiro
y una Bula Pontificia de Calixto II.
Lo
cierto es que siglos más tarde, cuando los primeros reyes
de Asturias, llevó aquella villa el nombre de Prámaro
(que extendió á su valle y Alfoz Val de
Prámaro), y luego el de Puebla, Pobla o Pola
de Grado, por anteponerse en la Edad Media el Puebla
o Pobla, del latín Populus, y el de Pola,
por corrupción, a los lugares que recibían la
Carta-Puebla, comenzando a caer en desuso esa anteposición
á últimos del siglo XVI*.
En
tiempos remotos no se asentaba Grado donde hoy se asienta, sino
aguas arriba, en los Casales, planicie que se halla entre
la Troncada y la Podada, y en la que existen todavía
insignificantes vestigios de las primitivas edificaciones, habiendo
aparecido restos humanos en ocasiones diversas. Este Grado antiquísimo
supónese fue pasto de las llamas, y que al edificarse el
de nuestros días, distante del primitivo unos quinientos
metros, se le amuralló, quedando encerrado el nuevo y disminuído
lugar dentro del exiguo recinto que ya conoce el lector. Pero lo
indudable es que, llegado el siglo XII, ocupaba la villa el mismo
sitio que ahora, y que al ser quemada por segunda vez, de ser cierta
la primera (que bien pudiera serlo), por el Conde
Peláez, estaba el caserío en su mayor parte fuera
del recinto amurallado, ya sin duda estrecho para circuirle.
En
las luchas heroicas, sublimes, sostenidas por los astures contra
Roma, es de suponer que los habitantes de nuestro Concejo tomaran
en ellas parte más o menos activa, como en la irrupción
visigoda después, siguiendo la suerte de los del resto de
Asturias, y que al llegar la invasión agarena y la epopeya
de Pelayo
en Covadonga,
contribuirían también a los hechos gloriosos origen
de la Monarquía asturiana y base de una gran nacionalidad.
La
mas positiva noticia que llegó a nosotros desde esas centurias
referente a Grado, alcanza al reinado de Ramiro I, que subió
al trono el año 842 de nuestra Era.
Estaba
el rey en Castilla, y el Conde Nepociano, que algunos ponen en la
regia cronología, turbulento y poderoso, se alzó en
abierta rebelión, intentando ceñirse la corona. Apresúrase
Ramiro a sofocar el movimiento, y allegando fuerzas en Lugo de Galicia,
entra en Asturias buscando al traidor, que le ataja el paso en el
puente de
Lodón, cercano a Belmonte.
Tras del sangriento choque, huye derrotado el usurpador á
tierra de Prámaro y allí logra esconderse al amparo
de sus numerosos parciales*.
Mas no tardan en dar con él sus enemigos, y preso y encarcelado,
fue recluido en un monasterio, donde acabó tristemente sus
días, pues cumpliéndose lo preceptuado por la Ley
contra los rebeldes al soberano, le fueron arrancados los ojos,
saciándose de esta manera la venganza, más que del
rey, de los que le rodeaban, émulos y envidiosos poco antes
del poderío y prestigios del vencido.
Quedó
el país infestado de bandas armadas; y aunque se impuso al
cabo la autoridad del monarca, sólo fue por entonces, pues
las causas primeras del desorden que imperó más o
menos durante toda la Edad Media eran otras y seguían latentes.
Estalló
al fin la anarquía, sobrevienen infinitos daños, y
tratando de remediarlos el Obispo D. Pelayo, congregó en
Oviedo, el año 1115, una Asamblea numerosa, que aportó
grandes bienes ciertamente, pero no extirpó las causas del
hondo mal.
Fue
el importante Congreso una de las primeras manifestaciones de la
junta general del Principado, algo posteriormente establecida, y
primer asomo cierto de los municipios asturianos, que en su mayoría
mandaron representantes a la Asamblea, tomando acuerdos de transcendencia
suma. Pero no concurrió el Municipio de Grado, estando, como
quien dice, a las puertas de la ciudad (y con figurar poco después,
y acaso entonces, entre los principales de Asturias), pues no es
cierto que el prócer Martín Díaz de Grado,
presente en el célebre Congreso, según Trelles asegura*,
fuera como mandatario de aquel Concejo.
¿Cómo
Grado no acudió a la voz del Obispo D. Pelayo?
Por
aquellos días, que eran los de Doña Urraca, los nobles
del país aspiraban a la independencia de Asturias, y bajo
esa bandera combatían numerosos hijosdalgo de tierra de Prámaro.
En
tanto, las municipalidades de la región asturiana, que habían
substituido a las antiguas curias, empezaban, como se indicó,
a adquirir preponderancia, y acabaron por crear un Cuerpo político
en que estaban todas representadas para la defensa de sus fueros
y libertades y el aumento de su fuerza moral y material. Tal fue
la Junta general del Principado, encarnación
viva y hermosa del país, que por muchos y gloriosos títulos
se hizo digna de alta consideración y respeto.
Formábase
la junta de uno o dos procuradores por cada concejo, y el Municipio
de Grado, que parece fue de los primeros que tuvo en ella representación,
enviaba como los de su clase dos procuradores, o sólo uno
en ocasiones pero reservándose siempre la posesión
de los dos votos.
Del
siglo VIII al XII, y aún más tarde, los monarcas se
desprendían de la jurisdicción civil y criminal en
favor de la nobleza, iglesias y monasterios, y de aquí nacieron
infinidad de cotos y señoríos jurisdiccionales, como
los que hubo en nuestro Concejo, en cuya organización municipal
entraron el Merino o Alcalde Mayor, jueces, Alcaldes ordinarios,
Alcaldes de Hermandad, Regidores, Alguacil Mayor, Notarios y Andadores.
Milicias
concejiles o forales las tenia ya en 1220*,
y otras después mejor organizadas, que se distinguieron en
diversas ocasiones.
También
se asoció a otros Municipios para la defensa de los comunes
intereses, formando aquellas Ligas llamadas Hermandades, que eran
a veces verdaderos tratados de paz y amistad.
Por
diversas Cartas y escrituras procedentes del monasterio de San Vicente
de Oviedo*
(algunas de donación del Emperador Alfonso VII y de la Reina
Doña Urraca), sabemos que desde el siglo XII al XIII han
sido Gobernadores de Grado o de su tierra, entre otros,
los siguientes egregios personajes:
Pelagius
Vermúndiz lo fue hacia el año 1150.;
Fernando Vélez, principe in Pravia, Tineyo et Candamo,
en 1175; Gonzalo Núñez, en 1195,
como se dijo en el capítulo anterior; García
González, en el de 1219, y Fernando Pérez
Póriz, desde el año 1280 hasta el 88, siendo
por entonces renovada la Puebla de Grado, reinando Alfonso
el Sabio.
Si
bien no puede asegurarse, se entrevé con alguna claridad
que al mediar el siglo XII, Grado poseía ya jurisdicción
propia y formaba sus Ordenanzas. Mas desde el siglo XIII
viene figurando con Ayuntamiento de modo indudable: tenía
disposiciones suyas, exclusivas, breves y rudas, forzosamente; pero
el procedimiento para acordarlas denotaba cierto adelantamiento.
A la Puebla de Grado acudían los representantes del Concejo
para formular, con los de la capital, aquellas reglas, disposiciones
u Ordenanzas por las que debía regirse, y después
de discutirlas y aprobarlas, reconocida su conveniencia, de acuerdo
con el Alcalde, se convocaba a los vecinos cabezas de familia, y
más posteriormente al pueblo en general, para someterlas
a su sanción, buscando el beneplácito de todos *,
beneplácito que no siempre se obtuvo, pues surgieron disgustos
y cuestiones que fueron agravándose, de manera que llegaron
los asuntos concejiles, especialmente las elecciones, a crear funestos
antagonismos entre los vecinos.
En
los comienzos del siglo XVI, surge, pues, con claridad el fuerte
Municipio de Grado.
Era
esta villa de las llamadas de realengo o pertenecientes
al Rey, y por consecuencia, y como consta en su Carta - puebla*,
sólo al Monarca pagaba tributos y tenía derecho
a nombrar sus Justicias, y sus milicias sólo
con la Real persona iban al fonsado... Era, pues,
lugar emancipado, con jurisdicción propia que ejercía
con plena autoridad, y sus jueces electivos presidían los
Ayuntamientos; enviaba con su Concejo representantes a la junta
general del Principado, como se ha dicho, y tenía fueros
y privilegios concedidos por Alfonso IX de León y el galardón
preciado de enviar procuradores a las Cortes del reino. Con otras
villas y ciudades concurrió la Puebla de Grado a una junta
magna que se celebró en Valladolid el año 1282 para
dar el título de Rey al Infante D. Sancho y crear una vigorosa
Hermandad que sostuviese los fueros, libertades y privilegios
de los Concejos, que el Infante prometió guardar. Mas faltó
a su palabra Sancho IV, y en 1295 convocaba Cortes en Valladolid
Fernando IV el Emplazado, apenas subiera al trono, por facer
bien a todos los conceios que años antes crearan
la famosa Hermandad; y en ellas, entre los nueve Municipios de Asturias
que tuvieron la honra de ser llamados, ocupaba el sexto lugar la
Puebla de Grado, que envió dos procuradores*.
Y
al ratificar los concejos la Carta ó pacto de Hermandad y
mutua defensa que antes hicieran, retratan a lo vivo la situación
tristísima por que atravesaban. Establecen reglas y constituciones,
y se obligan, bajo los mas fuertes juramentos, a mantener recíprocamente
sus fueros, libertades, privilegios, Cartas, usos, costumbres y
franquezas que les fueron otorgados "en tiempo del Emperador y de
los Reyes onde el viene" y a defenderse mutuamente, acordando penas
gravísimas contra los que faltasen a lo pactado. Firman tan
preciado documento los personeros de las municipalidades representadas.
El
propio expresado monarca Fernando IV, a quien debe Grado muy buen
recuerdo, expidió en 1302 una Carta mandando a éste
y a otros concejos "que no usasen con ningún escribano, salvo
con el que el Rey provea, pues son suyas las escribanías";
y un año más tarde, al autorizar al Adelantado Mayor
para nombrar esa clase de funcionarios, advierte: "salvo ende la
meatad de las Notarias de Abillés et de Grado que toy por
bien de dar a Gonzalo Rodrigues et Suer Alfonso, mios escribanos"*.
Tenía,
por consiguiente, nuestro Concejo el privilegio de Escribanías
propias, y, como Oviedo, dos Notarios a disposición del Alcalde
para autorizar actos judiciales, que eran nombrados por el Adelantado
Mayor, de acuerdo con el Concejo.
Hemos
entrado en el siglo XIV, y continúa la Era de los trastornos,
del bandidaje y del crimen. El poder real, la nobleza, el clero,
los municipios, las hermandades y gremios, luchando entre sí
los unos para sobreponerse a los demás y otros para defenderse,
forman un incomprensible estado anárquico, latente, perdurable,
agravado por las continuas invasiones de los moros fronterizos y
los bandidos que, a sus anchas, por todas partes pululaban. En aquella
sociedad conturbada, el orden, la justicia y la razón son
desconocidos, no pueden imperar. Exacerbadas las causas del mal,
que en vano antes tratara de extirpar el Obispo D. Pelayo y ahora
las Cortes de Valladolid, continuó el desenfreno todavía
largos años, hasta que los Reyes
Católicos lograron reprimirlo con mano fuerte y sabias
leyes.
Fiel
reflejo de esta tremenda anarquía es el terrible personaje
que vamos a historiar: sus hechos inauditos, feroces y a un ,tiempo
novelescos, hacen dudar de si existió; para creerlo, forzoso
es fijarse en la profunda desorganización social que lo engendrara.
El Conde
Gonzalo Peláez de Coalla,*
su nombre maldecido, todo lo abarca, lo llena durante largos
años: en Grado, Oviedo y Quirós dejó sangrientas
huellas, conmovió la provincia y escandalizó el reino.
Fue
teatro principal de sus hazañas la Puebla de Grado y su término:
allí quemó, saqueó, arrasó a su antojo,
en alas de su audacia y ambición, haciendo a esa comarca
víctima de un azote, de una plaga, mayor tal vez que la sufrida
por ningún otro pueblo de Asturias, con ser tan general el
estado de violencia en la Edad Media.
Nació
el noble bandido en el castillo
de Villanueva, y en el coto de este nombre pasó sus primeros
años, mostrando un carácter díscolo e inquieto
y sin recibir en absoluto instrucción de ningún género;
nunca supo escribir: su firma era una cruz o un signo mal trazado.
Valiente, indómito y cruel, el orgullo le cegó siempre;
la ley y la justicia nada le importaron como tuviera la fuerza,
en la que se basaba para satisfacer sus pasiones. Pronto se distinguió
de entre los otros turbulentos nobles del país. Era asturiana
su familia, egregia y poderosa, y fue señor, por herencia,
de las torres y tierras
de Coalla y de otros muchos bienes, amén del coto de
Villanueva*.
Al
heredar los señoríos, muy joven todavía, abandonó
la cómoda residencia en que naciera y se trasladó
al más recio castillo de Coalla, preocupándose de
fortificarlo, como los sitios en las alturas de Vaselgas y Cabrera,
pensando acaso que Coalla,
por su mayor importancia y situación topográfica,
se prestaba mejor que Villanueva a sus insanos fines, con menos
riesgo.
Su
temperamento le impulsó en breve a someter a su jurisdicción
la Puebla de Grado y su término.
Inseguro
al principio de sus fuerzas, o no pareciéndole propicias
las circunstancias, disimuló sus ensueños de dominio
y sus exigencias, con ser molestas, no fueron excesivas; mas con
todo, si era contrariado, hacía correrías a los lugares
vecinos, y llegó en ocasiones hasta la misma Puebla, pero
no extremó su barbarie.
Acaso
presumiera también que a la postre y por temor vendría
la sumisión de la villa, y tras ella la del Concejo entero.
La
resuelta actitud de Grado no decayó nunca; pero ese amor
santo a sus fueros y régimen, el odio al dominio señorial,
hubo de pagarlo, y muy caro por cierto.
Un
año hacía próximamente que subiera al trono
Fernando IV, cuando parecióle al Conde ocasión oportuna
de exponer al Rey los derechos que le asistían para
ser acatado por la Pobla de Grado como dueño
y señor, y sin más miramientos pide una Real Carta
que obligue a esta villa a prestarle vasallaje.
Mas
la Pobla, que supo presto las osadas pretensiones
de Gonzalo Peláez, despachó para Valladolid, sin pérdida
de tiempo, sus personeros, con encargo de manifestar al Monarca,
respetuosa, pero virilmente, que la Puebla de Grado, presente en
las recientes Cortes y Hermandad de 1295, siempre había
sido y lo era entonces lugar de realengo y tenía los derechos
y exención de cargas que constaban de modo terminante en
su Carta Puebla, cuyo diploma debían mostrar
y en efecto mostraron al Soberano*.
Y
éste, bien aleccionado, ó cauto, justo y convencido,
desestimó de plano los infundados alegatos del magnate.
La
cólera, tiempo hacía reprimida, del muy poderoso caballero,
estalló entonces, y desbordándose sus pasiones llama
á su lado deudos, amigos, vasallos y forajidos, y se apercibe
para imponer brutalmente lo que él llamaba sus derechos
y vengar lo que él juzgaba insoportable afrenta.
Se
lanza descaradamente por el camino de la rebelión, en nada
repara, y con sus hechos da lugar á que la Historia le llame
bandido, incendiario, raptor, sanguinario... no hay epíteto
infamante y duro que deje de aplicársele.
Su
primer acto es caer con su gente sobre las fértiles llanuras
que rodean a Grado, y tala, destruye, arrasa cuanto halla al paso;
los caseríos sujetos a la jurisdicción de la villa
los convierte en pavesas, y los indefensos habitantes son objeto
de horripilantes atropellos.
La
Puebla, aunque pronta a defenderse, estaba aterrada; los vecinos
que se aventuraban a salir fuera de los muros, eran robados, sometidos
a la tortura y ahorcados seguidamente.
Doce
años largos duró la era de crímenes y bandidaje;
y defendiéndose así vivieron, ¡si eso es vivir!, los
vecinos de Grado y su comarca.
¿Cómo
no los socorrieron los concejos hermanados?...
Dos
veces las hordas del Conde pretendieron asaltar los muros de la
villa, y aunque fueron frustrados sus intentos... ¡al fin lo consiguieron!
De
Pereda, a cuya parroquia quiso el Conde con más empeño
que á otras someter a su jurisdicción, por pertenecer
a ella, como se ha expuesto, el coto de Villanueva, punto de apoyo,
con el castillo, de las correrías del rebelde y refugio de
sus secuaces, cuéntanse castigos horrendos, desmanes inconcebibles,
y tantos fueron, que Pereda empezó a despoblarse *.
¡Terrible
período!
Gurullés,
Bayo y Rañeces presenciaron también con frecuencia
asesinatos, violencias y robos y se quedaron sin ganados, siendo
las parroquias más castigadas, después de Grado y
Pereda.
La
Mata hubo de sucumbir a la imposición de la fuerza, pasando
á ser coto jurisdiccional del señor de Coalla. Pero
su principal empeño no lo conseguía. ¡Someter a la
Puebla! Blanco del encono, de las iras de D. Gonzalo por haberse
opuesto siempre á reconocer su autoridad, por haber castigado
distintas veces la insolencia de sus gentes y ser la causante del
desaire que el Monarca le infiriera.
En
la perdurable lucha, sin embargo, iba poco a poco, según
podía y por la parte de La
Mata (hacia donde se extendía el territorio de la villa),
avanzando los jalones indicadores del término de sus dominios,
arrebatando terreno a la Puebla, circuyéndola á su
recinto ... iba haciendo insostenible la vida del vecindario...
Este
había hecho cuanto era dable... Fortificó la población
en todo el perímetro, las milicias no reposaban, alistándose
los hombres útiles sin excepción, y a los que prestaban
su concurso mujeres y niños: todos habían sacado fuerzas
de flaqueza en mil instantes.
Ya
en 1301 la Puebla acudió al Rey pidiendo auxilio, relatando
sus daños, las muertes, los desafueros de que era víctima,
sus años de padecer, y el Rey nada remedió porque
no podía; acudió a la ciudad de Oviedo, y tampoco
la ayudó... las luchas con el Obispo y el Cabildo se lo impidieron*.
Y
corría el tiempo, y la impunidad acrecía las osadías
y mientras la Puebla iba agotando su número de los forajidos,
mi esfuerzo.
Por
fin y con todo, no decidiéndose el Conde a dar un nuevo y
franco ataque, ya escarmentado, acaba por fingir que desiste de
su empeño, preparando una sorpresa; levanta el campo y lleva
sus devastaciones hacia Rañeces y Sama, y aun penetra en
alguno de los concejos limítrofes.
La
villa, en tanto, respiró; una lejana esperanza renacía...
El
contragolpe fue fatal...
En
la noche del 1 de Marzo de 1308 vióse atacada de improviso
y con furia indecible la Puebla de Grado, cuando más desprevenidos
se hallaban sus habitantes, y tomada por asalto es presa del fuego,
saqueo y pillaje del Conde y sus hordas, que como hienas cayeron
sobre el despavorido vecindario. ¡Noche nefasta! Hombres y
niños son pasados a cuchillo o torturados, las mujeres deshonradas
y asesinadas después... llega la devastación a todas
partes la mayor tragedia de la historia de Grado*.
Empero,
algunos de los habitantes, huyendo de sus verdugos, lograron refugiarse
en el exiguo recinto más sólidamente amurallado del
que todavía existen restos, y en él salvaron la vida,
ya que no sus intereses ni ajuares.
Fortuna
fue que estuviese anegado el foso y levantado el puente que daba
al Campo.
Tras
de aquella muralla rechazaron desesperadamente los refugiados las
mesnadas de bárbaros, nutridas de coallarines, esclavos fanáticos
del rencoroso déspota, que hicieron esfuerzos inauditos para
asaltar el recinto y terminar su obra destructora... pero no pudieron,
porque flaquearon ante el denuedo de los que en su defensa jugábanse
la vida y la de sus hijos y mujeres que allí estaban junto
a ellos, inermes, casi desnudos, presa del terror...*.
El
enemigo llegó á salvar el foso, dícese que
hacia la parte del Campo; mas quedó diezmado, y comprendiendo
lo inútil de sus tentativas ó temeroso el Conde de
que llegaran de la ciudad socorros á la Puebla, se alejó
de estos sitios para no volver jamás, aunque él no
lo creyera.
Tomó
el camino de Coalla bien entrado el día, y con todo, satisfecho
de su hazaña, en Coalla partió, con sus gentes, el
botín de la victoria*.
Su
constante anhelo quedaba satisfecho: ¡vengarse de la Puebla! Pero
faltábale saldar sus cuentas con el Rey, de quien no olvida
el agravio, y abandona presto sus antiguas guaridas, dejando en
ellas parte de sus mesnadas, y avanza resueltamente contra el real
castillo de Aguilar, que lo toma, por sorpresa también, poco
después de la quema de Grado, en los primeros días
del mes de Marzo y año de 1308*.
Gonzalo
Peláez es pregonado como público malhechor, y se ordena
que sea arrasado el castillo de Aguilar*.
Breve
fue su estancia en Quirós,
porque el escándalo que produjo la toma de la real fortaleza
y la indignación por la quema de Grado en todo Asturias,
- hicieron juntarse contra él buen golpe de gente de armas
de Oviedo y otros concejos, á los que se unieron los hombres
de la Puebla y su término, ávidos de tomar sangriento
desquite. Sin embargo, no fue el temor solamente el que obligó
al magnate á evacuar la fortaleza, sino además el
llamamiento del Obispo de Oviedo, quien pactara con el, y le entregó
los castillos de Tudela y Priorio,
de los que era señor, por sus disentimientos don la ciudad
de Oviedo*.
Ello
es que resurge en el coto de Olloniego, sometido a la jurisdicción
episcopal, y desde el castillo de Tudela continúa su criminal
carrera, reforzadas sus bandas con las de su aliado el Obispo, que
poco ó nada tenían que envidiar a las del Conde. Los
pueblos pertenecientes a la ciudad de Oviedo y a los concejos de
la Ribera y de Nora son ahora el teatro de sus nuevas hazañas
Y
en tanto, ¿qué ocurría en la Puebla de Grado? Alejado
el peligro inmediato, reconstruíanse muros y moradas, cicatrizábanse
heridas, previniéndose para lo futuro, y seguíase
peleando contra los forajidos que quedaran en Coalla y Villanueva,
afianzando la jurisdicción hasta donde primeramente marcaban
los jalones de la Puebla... ¡que jamás perdonó al
Conde!.
Cundió
en Oviedo la alarma al ver al de Coalla dueño del castillo
de Tudela, uno de los mejores baluartes del país, cuya estratégica
situación le hacia dominar el más utilizable camino
entre Asturias y León, y se temía lo que era de temer
y sucedió muy pronto: que se imposibilitó el comercio
entre las dos regiones a causa de las matanzas, robos de mercaderías
y ganados que se sucedieron, escandalosamente perpetrados por los
rebeldes.
Prescinde
la ciudad de sus impotentes autoridades, y celebra un original contrato
con Suer del Dado, por el cual se obliga éste á llevar
a salvo las recuas de los vecinos de Oviedo desde la villa de Mieres
hasta el llano de San Miguel de Premaña mediante cierta cantidad
estipulada de antemano*.
Pero
esto no era bastante, y para evitar más graves males busca
Oviedo aliados y propone a la Puebla de Grado fiar en el esfuerzo
común la seguridad de vidas y haciendas, prescindiendo de
la autoridad real, irrisoria por la distancia de la Corte y las
guerras con los sarracenos.
La
alianza es aceptada, y en consecuencia la ciudad de Oviedo y la
Puebla de Grado, con sus alfoces, otorgan Carta de Hermandad
á 21 de Octubre de 1309 para ayudarse mutuamente contra
Gonzalo Peláez de Coalla y los suyos, por los robos, quemas
y otras maldades que cometían; documento interesantísimo,
que insertamos en el Apéndice I.
Buen
número de particulares se conciertan también con la
ciudad y la villa, y se les otorga carta de vecindad con cláusula
obligatoria de servir con sus cuerpos y sus armas contra
el Conde Peláez y sus secuaces*.
La
provincia toda se convierte entonces en un inmenso campo de batalla,
tomando sus naturales partido más o menos directamente por
uno de los dos bandos. De un lado, el Obispo, el Cabildo y el Conde;
de otro, los concejos de Oviedo y Grado, apoyados por los de la
Ribera y de Nora y algunos otros, más los partidarios con
ellos hermanados.
Toma la
lucha carácter de guerra civil, viniendo a aumentar las penurias
y desdichas de los pueblos, hasta que reinando Alfonso XI se pensó
seriamente en terminar tan espantoso desbarajuste, reprimiendo con
mano dura esa lucha extraña, encarnada dentro de la región
asturiana, y rehabilitar la autoridad real, desconocida por unos
y despreciada por otros.
Cumpliendo,
pues, como buenos los tutores del Rey niño, escriben en Octubre
de 1315 una carta al Obispo de Oviedo y su Cabildo para que mas
no se aliente al de Coalla, censurando agriamente el abuso que
hacían de su autoridad y poder, y al propio tiempo mandan
a Rodrigo Alvarez de las Asturias, Comendero del Rey, que pase a
tierra de Oviedo, se encargue del gobierno, y con fuerzas bastantes
que ha de llevar consigo, imponga el orden y la paz*.
No
era fácil reducir a la obediencia al Conde Peláez,
arraigado su poderío por el tiempo transcurrido y la constante
ayuda que el Obispo y el Cabildo le prestaran, y dueño como
era de varios castillos, entre los que se contaba el de Tudela,
tan malo de batir y casi inexpugnable; pero al nuevo Gobernador
adornaban relevantes cualidades, y como además venía
á defender una causa simpática y la masa del país,
pudo llevar á feliz término la misión que se
le encomendara.
Así
que el caudillo fiel pisa el suelo asturiano enarbolando el estandarte
real, corren a su lado las milicias concejiles y cuantos apoyaban
la causa de los concejos, formando un verdadero ejército,
a cuyo frente penetra el Comendero en el coto de Olloniego, y sin
serio contratiempo logra, antes de lo que creyera, en cerrar á
los rebeldes en el baluarte de Tudela.
En
él resiste tenazmente el Conde. Cuatro meses duró
el cerco, y hubo de pedir el caudillo del Rey a los Alcaldes y Justicias
de Oviedo, máquinas y útiles de guerra con el fin
de batir la fortaleza, que le fueron enviadas, á pesar del
requerimiento del Obispo para que los fierros et cuerdas del
Engenio no saliesen de la ciudad*.
Formalizado
por último el ataque, se tomó el castillo por asalto
en la primavera de 1316, siendo luego desmantelado*.
Su
defensor logra escapar con algunos de los suyos...
Consumada
la tragedia de Tudela, las gentes de la Puebla de Grado y sus contornos
entran en son de guerra en tierras de Coalla, destruyen sus torres,
talan y queman con ira, nada quedó, y los coallarines que
no pueden huir son pasados a cuchillo, alcanzando igual suerte a
los habitantes del coto de Villanueva...
¡Ocho
años hacía que acechaban la ocasión! ...
¡Quedó
al fin satisfecha su venganza!
En
tanto el Conde, perseguido, acosado, consigue salir de Asturias,
y busca refugio,en el reino de Aragón o en el de Navarra,
no puede asegurarse. Son confiscados sus bienes, y muere en el destierro,
pobre, obscuramente, abandonado de todos.
Tal
fue el fin de este hombre prepotente, temido, cuyo recuerdo amargo
dura aún, a través de seis siglos, en los pueblos
que inhumanamente sacrificó.
En
la historia de Grado, en medio de ruinas y desolación, de
lágrimas y sangre, se destaca, siniestra, la odiosa figura
del Conde Gonzalo
Peláez de Coalla.
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