Villa de Grado - Asturias - España

Moscón

 

istoria de rado

Desde los primeros tiempos hasta la creación de los Ilustres Gremios

Primitivos habitantes. - Antigüedad é incierto origen de Grado: dónde estuvo fundado. - Invasiones romana, visigoda y árabe. - Prisión de Nepociano en Prámaro. La anarquía - Asamblea asturiana de 1115: no asisten representantes de Grado. - Sí a la Junta general del Principado, recién creada . - Varias noticias. Vislúmbrase aquella villa con Municipio en el siglo XII. --- Consta en el XIII con jurisdicción propia, fueros y privilegios. - Concurre a la Junta, Hermandad y a las Cortes de Valladolid. - Siglo XIV: arrecia la anarquía. - Peláez de Coalla: sus hechos inauditos; asalta y quema a Grado; muere en el destierro.

ara narrar la historia de Grado y su término municipal, aún siendo esta narración breve y concisa, como cumple a nuestro propósito, es conveniente seguir un orden determinado que nos lleve a la clara exposición y fácil estudio de los hechos.

Dividiremos, pues, aquella historia en tres distintos períodos o épocas: la primera, desde los tiempos primitivos hasta la erección de los Ilustres Gremios de Grado y su Concejo (primer tercio del siglo XIV); la segunda, desde esos tiempos hasta la invasión francesa de 1808; y la tercera, desde este año hasta nuestros días.

Pasemos a ocuparnos del primer período.

A través de las densas tinieblas de las edades lejanas, no se vislumbra claramente quiénes fueran los primeros habitantes del Concejo de Grado; pero cabe suponer con fundamento que ha sido de las comarcas que más pronto se poblaron en Asturias, debido a su mucha fertilidad, causa esencial entonces para la vida, y que, esos primeros habitantes, como los de todo pueblo primitivo, estarían dedicados á la caza, la agricultura y la guerra. Sabemos, por otra parte, que los astures, llamados así del río Astura, después Esla, eran fuertes, indómitos, semisalvajes; preferían la muerte a la esclavitud; gozaban de un gobierno patriarcal, formando tribus, y eran idólatras*. Cierto parece también que esos remotos pobladores de la región asturiana fueron los iberos, que alcanzaron buena civilización, y más tarde los celtas, oriundos del Norte, y ellos serían, al desparramarse por Asturias, los primeros que habitaron la comarca gradense. Hacer afirmaciones es propenso a error: todo son conjeturas; poco se sabe*.

En el idioma de aquellos astures hay voces y términos cuya raíz se encuentra en lengua griega, hebrea y céltica*, y en épocas posteriores, corrompida la lengua latina, apareció el romance y el modesto bable, principio del idioma español, impropiamente llamado castellano.

El origen de Grado es asimismo obscuro e incierto; pero aunque alguien asegure que era desconocido durante la época romana, y con mayor motivo en anteriores tiempos, puede inferirse, con mayor o menor fundamento, que es de los más antiguos pueblos de la provincia.

Cuentan los cosmógrafos, que poblaron a Asturias los maliacos, entre otras gentes, y que al extenderse por nuestro Concejo, fue Maliaca su pueblo principal, el Grado de hoy día, y que así se llamó aun en tiempo de los romanos, designándole el griego Ptolomeo por ciudad de los astures*. Trelles es también de los que suponen sea Grado la antigua Maliaca, y se apoya para suponerlo en el Obispo gerundense y D. Alfonso de Cartagena; pero otros historiadores ponen a Maliaca en la provincia de León, como el Reverendo Flórez en La España Sagrada, y acaso estén mejor orientados*. Respecto al P. Carballo, asevera gravemente que debe Grado su fundación a los vándalos, en el siglo V, como lo muestra, dice, su mismo nombre, Grado, que en lengua por ellos usada quiere decir ciudad, y así la llaman Miñano y otros; y conforme a esta opinión, afirmase generalmente que es la única población de Asturias de origen vándalo, debiendo su nombre á Gunderico, primer rey de aquella raza. Pero faltan los fundamentos en asertos semejantes: Itacio y los Rvdos. Flórez y Risco, con otros autores serios, dicen que ni siquiera estuvieron en Asturias los vándalos, si bien el Obispo D. Pelayo expresa lo contrario, é igualmente un instrumento atribuido a Wamba, las Crónicas de Sampiro y una Bula Pontificia de Calixto II.

Lo cierto es que siglos más tarde, cuando los primeros reyes de Asturias, llevó aquella villa el nombre de Prámaro (que extendió á su valle y Alfoz Val de Prámaro), y luego el de Puebla, Pobla o Pola de Grado, por anteponerse en la Edad Media el Puebla o Pobla, del latín Populus, y el de Pola, por corrupción, a los lugares que recibían la Carta-Puebla, comenzando a caer en desuso esa anteposición á últimos del siglo XVI*.

En tiempos remotos no se asentaba Grado donde hoy se asienta, sino aguas arriba, en los Casales, planicie que se halla entre la Troncada y la Podada, y en la que existen todavía insignificantes vestigios de las primitivas edificaciones, habiendo aparecido restos humanos en ocasiones diversas. Este Grado antiquísimo supónese fue pasto de las llamas, y que al edificarse el de nuestros días, distante del primitivo unos quinientos metros, se le amuralló, quedando encerrado el nuevo y disminuído lugar dentro del exiguo recinto que ya conoce el lector. Pero lo indudable es que, llegado el siglo XII, ocupaba la villa el mismo sitio que ahora, y que al ser quemada por segunda vez, de ser cierta la primera (que bien pudiera serlo), por el Conde Peláez, estaba el caserío en su mayor parte fuera del recinto amurallado, ya sin duda estrecho para circuirle.

En las luchas heroicas, sublimes, sostenidas por los astures contra Roma, es de suponer que los habitantes de nuestro Concejo tomaran en ellas parte más o menos activa, como en la irrupción visigoda después, siguiendo la suerte de los del resto de Asturias, y que al llegar la invasión agarena y la epopeya de Pelayo en Covadonga, contribuirían también a los hechos gloriosos origen de la Monarquía asturiana y base de una gran nacionalidad.

La mas positiva noticia que llegó a nosotros desde esas centurias referente a Grado, alcanza al reinado de Ramiro I, que subió al trono el año 842 de nuestra Era.

Estaba el rey en Castilla, y el Conde Nepociano, que algunos ponen en la regia cronología, turbulento y poderoso, se alzó en abierta rebelión, intentando ceñirse la corona. Apresúrase Ramiro a sofocar el movimiento, y allegando fuerzas en Lugo de Galicia, entra en Asturias buscando al traidor, que le ataja el paso en el puente de Lodón, cercano a Belmonte. Tras del sangriento choque, huye derrotado el usurpador á tierra de Prámaro y allí logra esconderse al amparo de sus numerosos parciales*. Mas no tardan en dar con él sus enemigos, y preso y encarcelado, fue recluido en un monasterio, donde acabó tristemente sus días, pues cumpliéndose lo preceptuado por la Ley contra los rebeldes al soberano, le fueron arrancados los ojos, saciándose de esta manera la venganza, más que del rey, de los que le rodeaban, émulos y envidiosos poco antes del poderío y prestigios del vencido.

Quedó el país infestado de bandas armadas; y aunque se impuso al cabo la autoridad del monarca, sólo fue por entonces, pues las causas primeras del desorden que imperó más o menos durante toda la Edad Media eran otras y seguían latentes.

Estalló al fin la anarquía, sobrevienen infinitos daños, y tratando de remediarlos el Obispo D. Pelayo, congregó en Oviedo, el año 1115, una Asamblea numerosa, que aportó grandes bienes ciertamente, pero no extirpó las causas del hondo mal.

Fue el importante Congreso una de las primeras manifestaciones de la junta general del Principado, algo posteriormente establecida, y primer asomo cierto de los municipios asturianos, que en su mayoría mandaron representantes a la Asamblea, tomando acuerdos de transcendencia suma. Pero no concurrió el Municipio de Grado, estando, como quien dice, a las puertas de la ciudad (y con figurar poco después, y acaso entonces, entre los principales de Asturias), pues no es cierto que el prócer Martín Díaz de Grado, presente en el célebre Congreso, según Trelles asegura*, fuera como mandatario de aquel Concejo.

¿Cómo Grado no acudió a la voz del Obispo D. Pelayo?

Por aquellos días, que eran los de Doña Urraca, los nobles del país aspiraban a la independencia de Asturias, y bajo esa bandera combatían numerosos hijosdalgo de tierra de Prámaro.

En tanto, las municipalidades de la región asturiana, que habían substituido a las antiguas curias, empezaban, como se indicó, a adquirir preponderancia, y acabaron por crear un Cuerpo político en que estaban todas representadas para la defensa de sus fueros y libertades y el aumento de su fuerza moral y material. Tal fue la Junta general del Principado, encarnación viva y hermosa del país, que por muchos y gloriosos títulos se hizo digna de alta consideración y respeto.

Formábase la junta de uno o dos procuradores por cada concejo, y el Municipio de Grado, que parece fue de los primeros que tuvo en ella representación, enviaba como los de su clase dos procuradores, o sólo uno en ocasiones pero reservándose siempre la posesión de los dos votos.

Del siglo VIII al XII, y aún más tarde, los monarcas se desprendían de la jurisdicción civil y criminal en favor de la nobleza, iglesias y monasterios, y de aquí nacieron infinidad de cotos y señoríos jurisdiccionales, como los que hubo en nuestro Concejo, en cuya organización municipal entraron el Merino o Alcalde Mayor, jueces, Alcaldes ordinarios, Alcaldes de Hermandad, Regidores, Alguacil Mayor, Notarios y Andadores.

Milicias concejiles o forales las tenia ya en 1220*, y otras después mejor organizadas, que se distinguieron en diversas ocasiones.

También se asoció a otros Municipios para la defensa de los comunes intereses, formando aquellas Ligas llamadas Hermandades, que eran a veces verdaderos tratados de paz y amistad.

Por diversas Cartas y escrituras procedentes del monasterio de San Vicente de Oviedo* (algunas de donación del Emperador Alfonso VII y de la Reina Doña Urraca), sabemos que desde el siglo XII al XIII han sido Gobernadores de Grado o de su tierra, entre otros, los siguientes egregios personajes:

Pelagius Vermúndiz lo fue hacia el año 1150.; Fernando Vélez, principe in Pravia, Tineyo et Candamo, en 1175; Gonzalo Núñez, en 1195, como se dijo en el capítulo anterior; García González, en el de 1219, y Fernando Pérez Póriz, desde el año 1280 hasta el 88, siendo por entonces renovada la Puebla de Grado, reinando Alfonso el Sabio.

Si bien no puede asegurarse, se entrevé con alguna claridad que al mediar el siglo XII, Grado poseía ya jurisdicción propia y formaba sus Ordenanzas. Mas desde el siglo XIII viene figurando con Ayuntamiento de modo indudable: tenía disposiciones suyas, exclusivas, breves y rudas, forzosamente; pero el procedimiento para acordarlas denotaba cierto adelantamiento. A la Puebla de Grado acudían los representantes del Concejo para formular, con los de la capital, aquellas reglas, disposiciones u Ordenanzas por las que debía regirse, y después de discutirlas y aprobarlas, reconocida su conveniencia, de acuerdo con el Alcalde, se convocaba a los vecinos cabezas de familia, y más posteriormente al pueblo en general, para someterlas a su sanción, buscando el beneplácito de todos *, beneplácito que no siempre se obtuvo, pues surgieron disgustos y cuestiones que fueron agravándose, de manera que llegaron los asuntos concejiles, especialmente las elecciones, a crear funestos antagonismos entre los vecinos.

En los comienzos del siglo XVI, surge, pues, con claridad el fuerte Municipio de Grado.

Era esta villa de las llamadas de realengo o pertenecientes al Rey, y por consecuencia, y como consta en su Carta - puebla*, sólo al Monarca pagaba tributos y tenía derecho a nombrar sus Justicias, y sus milicias sólo con la Real persona iban al fonsado... Era, pues, lugar emancipado, con jurisdicción propia que ejercía con plena autoridad, y sus jueces electivos presidían los Ayuntamientos; enviaba con su Concejo representantes a la junta general del Principado, como se ha dicho, y tenía fueros y privilegios concedidos por Alfonso IX de León y el galardón preciado de enviar procuradores a las Cortes del reino. Con otras villas y ciudades concurrió la Puebla de Grado a una junta magna que se celebró en Valladolid el año 1282 para dar el título de Rey al Infante D. Sancho y crear una vigorosa Hermandad que sostuviese los fueros, libertades y privilegios de los Concejos, que el Infante prometió guardar. Mas faltó a su palabra Sancho IV, y en 1295 convocaba Cortes en Valladolid Fernando IV el Emplazado, apenas subiera al trono, por facer bien a todos los conceios que años antes crearan la famosa Hermandad; y en ellas, entre los nueve Municipios de Asturias que tuvieron la honra de ser llamados, ocupaba el sexto lugar la Puebla de Grado, que envió dos procuradores*.

Y al ratificar los concejos la Carta ó pacto de Hermandad y mutua defensa que antes hicieran, retratan a lo vivo la situación tristísima por que atravesaban. Establecen reglas y constituciones, y se obligan, bajo los mas fuertes juramentos, a mantener recíprocamente sus fueros, libertades, privilegios, Cartas, usos, costumbres y franquezas que les fueron otorgados "en tiempo del Emperador y de los Reyes onde el viene" y a defenderse mutuamente, acordando penas gravísimas contra los que faltasen a lo pactado. Firman tan preciado documento los personeros de las municipalidades representadas.

El propio expresado monarca Fernando IV, a quien debe Grado muy buen recuerdo, expidió en 1302 una Carta mandando a éste y a otros concejos "que no usasen con ningún escribano, salvo con el que el Rey provea, pues son suyas las escribanías"; y un año más tarde, al autorizar al Adelantado Mayor para nombrar esa clase de funcionarios, advierte: "salvo ende la meatad de las Notarias de Abillés et de Grado que toy por bien de dar a Gonzalo Rodrigues et Suer Alfonso, mios escribanos"*.

Tenía, por consiguiente, nuestro Concejo el privilegio de Escribanías propias, y, como Oviedo, dos Notarios a disposición del Alcalde para autorizar actos judiciales, que eran nombrados por el Adelantado Mayor, de acuerdo con el Concejo.

Hemos entrado en el siglo XIV, y continúa la Era de los trastornos, del bandidaje y del crimen. El poder real, la nobleza, el clero, los municipios, las hermandades y gremios, luchando entre sí los unos para sobreponerse a los demás y otros para defenderse, forman un incomprensible estado anárquico, latente, perdurable, agravado por las continuas invasiones de los moros fronterizos y los bandidos que, a sus anchas, por todas partes pululaban. En aquella sociedad conturbada, el orden, la justicia y la razón son desconocidos, no pueden imperar. Exacerbadas las causas del mal, que en vano antes tratara de extirpar el Obispo D. Pelayo y ahora las Cortes de Valladolid, continuó el desenfreno todavía largos años, hasta que los Reyes Católicos lograron reprimirlo con mano fuerte y sabias leyes.

Fiel reflejo de esta tremenda anarquía es el terrible personaje que vamos a historiar: sus hechos inauditos, feroces y a un ,tiempo novelescos, hacen dudar de si existió; para creerlo, forzoso es fijarse en la profunda desorganización social que lo engendrara. El Conde Gonzalo Peláez de Coalla,* su nombre maldecido, todo lo abarca, lo llena durante largos años: en Grado, Oviedo y Quirós dejó sangrientas huellas, conmovió la provincia y escandalizó el reino.

Fue teatro principal de sus hazañas la Puebla de Grado y su término: allí quemó, saqueó, arrasó a su antojo, en alas de su audacia y ambición, haciendo a esa comarca víctima de un azote, de una plaga, mayor tal vez que la sufrida por ningún otro pueblo de Asturias, con ser tan general el estado de violencia en la Edad Media.

Nació el noble bandido en el castillo de Villanueva, y en el coto de este nombre pasó sus primeros años, mostrando un carácter díscolo e inquieto y sin recibir en absoluto instrucción de ningún género; nunca supo escribir: su firma era una cruz o un signo mal trazado. Valiente, indómito y cruel, el orgullo le cegó siempre; la ley y la justicia nada le importaron como tuviera la fuerza, en la que se basaba para satisfacer sus pasiones. Pronto se distinguió de entre los otros turbulentos nobles del país. Era asturiana su familia, egregia y poderosa, y fue señor, por herencia, de las torres y tierras de Coalla y de otros muchos bienes, amén del coto de Villanueva*.

Al heredar los señoríos, muy joven todavía, abandonó la cómoda residencia en que naciera y se trasladó al más recio castillo de Coalla, preocupándose de fortificarlo, como los sitios en las alturas de Vaselgas y Cabrera, pensando acaso que Coalla, por su mayor importancia y situación topográfica, se prestaba mejor que Villanueva a sus insanos fines, con menos riesgo.

Su temperamento le impulsó en breve a someter a su jurisdicción la Puebla de Grado y su término.

Inseguro al principio de sus fuerzas, o no pareciéndole propicias las circunstancias, disimuló sus ensueños de dominio y sus exigencias, con ser molestas, no fueron excesivas; mas con todo, si era contrariado, hacía correrías a los lugares vecinos, y llegó en ocasiones hasta la misma Puebla, pero no extremó su barbarie.

Acaso presumiera también que a la postre y por temor vendría la sumisión de la villa, y tras ella la del Concejo entero.

La resuelta actitud de Grado no decayó nunca; pero ese amor santo a sus fueros y régimen, el odio al dominio señorial, hubo de pagarlo, y muy caro por cierto.

Un año hacía próximamente que subiera al trono Fernando IV, cuando parecióle al Conde ocasión oportuna de exponer al Rey los derechos que le asistían para ser acatado por la Pobla de Grado como dueño y señor, y sin más miramientos pide una Real Carta que obligue a esta villa a prestarle vasallaje.

Mas la Pobla, que supo presto las osadas pretensiones de Gonzalo Peláez, despachó para Valladolid, sin pérdida de tiempo, sus personeros, con encargo de manifestar al Monarca, respetuosa, pero virilmente, que la Puebla de Grado, presente en las recientes Cortes y Hermandad de 1295, siempre había sido y lo era entonces lugar de realengo y tenía los derechos y exención de cargas que constaban de modo terminante en su Carta Puebla, cuyo diploma debían mostrar y en efecto mostraron al Soberano*.

Y éste, bien aleccionado, ó cauto, justo y convencido, desestimó de plano los infundados alegatos del magnate.

La cólera, tiempo hacía reprimida, del muy poderoso caballero, estalló entonces, y desbordándose sus pasiones llama á su lado deudos, amigos, vasallos y forajidos, y se apercibe para imponer brutalmente lo que él llamaba sus derechos y vengar lo que él juzgaba insoportable afrenta.

Se lanza descaradamente por el camino de la rebelión, en nada repara, y con sus hechos da lugar á que la Historia le llame bandido, incendiario, raptor, sanguinario... no hay epíteto infamante y duro que deje de aplicársele.

Su primer acto es caer con su gente sobre las fértiles llanuras que rodean a Grado, y tala, destruye, arrasa cuanto halla al paso; los caseríos sujetos a la jurisdicción de la villa los convierte en pavesas, y los indefensos habitantes son objeto de horripilantes atropellos.

La Puebla, aunque pronta a defenderse, estaba aterrada; los vecinos que se aventuraban a salir fuera de los muros, eran robados, sometidos a la tortura y ahorcados seguidamente.

Doce años largos duró la era de crímenes y bandidaje; y defendiéndose así vivieron, ¡si eso es vivir!, los vecinos de Grado y su comarca.

¿Cómo no los socorrieron los concejos hermanados?...

Dos veces las hordas del Conde pretendieron asaltar los muros de la villa, y aunque fueron frustrados sus intentos... ¡al fin lo consiguieron!

De Pereda, a cuya parroquia quiso el Conde con más empeño que á otras someter a su jurisdicción, por pertenecer a ella, como se ha expuesto, el coto de Villanueva, punto de apoyo, con el castillo, de las correrías del rebelde y refugio de sus secuaces, cuéntanse castigos horrendos, desmanes inconcebibles, y tantos fueron, que Pereda empezó a despoblarse *.

¡Terrible período!

Gurullés, Bayo y Rañeces presenciaron también con frecuencia asesinatos, violencias y robos y se quedaron sin ganados, siendo las parroquias más castigadas, después de Grado y Pereda.

La Mata hubo de sucumbir a la imposición de la fuerza, pasando á ser coto jurisdiccional del señor de Coalla. Pero su principal empeño no lo conseguía. ¡Someter a la Puebla! Blanco del encono, de las iras de D. Gonzalo por haberse opuesto siempre á reconocer su autoridad, por haber castigado distintas veces la insolencia de sus gentes y ser la causante del desaire que el Monarca le infiriera.

En la perdurable lucha, sin embargo, iba poco a poco, según podía y por la parte de La Mata (hacia donde se extendía el territorio de la villa), avanzando los jalones indicadores del término de sus dominios, arrebatando terreno a la Puebla, circuyéndola á su recinto ... iba haciendo insostenible la vida del vecindario...

Este había hecho cuanto era dable... Fortificó la población en todo el perímetro, las milicias no reposaban, alistándose los hombres útiles sin excepción, y a los que prestaban su concurso mujeres y niños: todos habían sacado fuerzas de flaqueza en mil instantes.

Ya en 1301 la Puebla acudió al Rey pidiendo auxilio, relatando sus daños, las muertes, los desafueros de que era víctima, sus años de padecer, y el Rey nada remedió porque no podía; acudió a la ciudad de Oviedo, y tampoco la ayudó... las luchas con el Obispo y el Cabildo se lo impidieron*.

Y corría el tiempo, y la impunidad acrecía las osadías y mientras la Puebla iba agotando su número de los forajidos, mi esfuerzo.

Por fin y con todo, no decidiéndose el Conde a dar un nuevo y franco ataque, ya escarmentado, acaba por fingir que desiste de su empeño, preparando una sorpresa; levanta el campo y lleva sus devastaciones hacia Rañeces y Sama, y aun penetra en alguno de los concejos limítrofes.

La villa, en tanto, respiró; una lejana esperanza renacía...

El contragolpe fue fatal...

En la noche del 1 de Marzo de 1308 vióse atacada de improviso y con furia indecible la Puebla de Grado, cuando más desprevenidos se hallaban sus habitantes, y tomada por asalto es presa del fuego, saqueo y pillaje del Conde y sus hordas, que como hienas cayeron sobre el despavorido vecindario. ¡Noche nefasta! Hombres y niños son pasados a cuchillo o torturados, las mujeres deshonradas y asesinadas después... llega la devastación a todas partes la mayor tragedia de la historia de Grado*.

Empero, algunos de los habitantes, huyendo de sus verdugos, lograron refugiarse en el exiguo recinto más sólidamente amurallado del que todavía existen restos, y en él salvaron la vida, ya que no sus intereses ni ajuares.

Fortuna fue que estuviese anegado el foso y levantado el puente que daba al Campo.

Tras de aquella muralla rechazaron desesperadamente los refugiados las mesnadas de bárbaros, nutridas de coallarines, esclavos fanáticos del rencoroso déspota, que hicieron esfuerzos inauditos para asaltar el recinto y terminar su obra destructora... pero no pudieron, porque flaquearon ante el denuedo de los que en su defensa jugábanse la vida y la de sus hijos y mujeres que allí estaban junto a ellos, inermes, casi desnudos, presa del terror...*.

El enemigo llegó á salvar el foso, dícese que hacia la parte del Campo; mas quedó diezmado, y comprendiendo lo inútil de sus tentativas ó temeroso el Conde de que llegaran de la ciudad socorros á la Puebla, se alejó de estos sitios para no volver jamás, aunque él no lo creyera.

Tomó el camino de Coalla bien entrado el día, y con todo, satisfecho de su hazaña, en Coalla partió, con sus gentes, el botín de la victoria*.

Su constante anhelo quedaba satisfecho: ¡vengarse de la Puebla! Pero faltábale saldar sus cuentas con el Rey, de quien no olvida el agravio, y abandona presto sus antiguas guaridas, dejando en ellas parte de sus mesnadas, y avanza resueltamente contra el real castillo de Aguilar, que lo toma, por sorpresa también, poco después de la quema de Grado, en los primeros días del mes de Marzo y año de 1308*.

Gonzalo Peláez es pregonado como público malhechor, y se ordena que sea arrasado el castillo de Aguilar*.

Breve fue su estancia en Quirós, porque el escándalo que produjo la toma de la real fortaleza y la indignación por la quema de Grado en todo Asturias, - hicieron juntarse contra él buen golpe de gente de armas de Oviedo y otros concejos, á los que se unieron los hombres de la Puebla y su término, ávidos de tomar sangriento desquite. Sin embargo, no fue el temor solamente el que obligó al magnate á evacuar la fortaleza, sino además el llamamiento del Obispo de Oviedo, quien pactara con el, y le entregó los castillos de Tudela y Priorio, de los que era señor, por sus disentimientos don la ciudad de Oviedo*.

Ello es que resurge en el coto de Olloniego, sometido a la jurisdicción episcopal, y desde el castillo de Tudela continúa su criminal carrera, reforzadas sus bandas con las de su aliado el Obispo, que poco ó nada tenían que envidiar a las del Conde. Los pueblos pertenecientes a la ciudad de Oviedo y a los concejos de la Ribera y de Nora son ahora el teatro de sus nuevas hazañas

Y en tanto, ¿qué ocurría en la Puebla de Grado? Alejado el peligro inmediato, reconstruíanse muros y moradas, cicatrizábanse heridas, previniéndose para lo futuro, y seguíase peleando contra los forajidos que quedaran en Coalla y Villanueva, afianzando la jurisdicción hasta donde primeramente marcaban los jalones de la Puebla... ¡que jamás perdonó al Conde!.

Cundió en Oviedo la alarma al ver al de Coalla dueño del castillo de Tudela, uno de los mejores baluartes del país, cuya estratégica situación le hacia dominar el más utilizable camino entre Asturias y León, y se temía lo que era de temer y sucedió muy pronto: que se imposibilitó el comercio entre las dos regiones a causa de las matanzas, robos de mercaderías y ganados que se sucedieron, escandalosamente perpetrados por los rebeldes.

Prescinde la ciudad de sus impotentes autoridades, y celebra un original contrato con Suer del Dado, por el cual se obliga éste á llevar a salvo las recuas de los vecinos de Oviedo desde la villa de Mieres hasta el llano de San Miguel de Premaña mediante cierta cantidad estipulada de antemano*.

Pero esto no era bastante, y para evitar más graves males busca Oviedo aliados y propone a la Puebla de Grado fiar en el esfuerzo común la seguridad de vidas y haciendas, prescindiendo de la autoridad real, irrisoria por la distancia de la Corte y las guerras con los sarracenos.

La alianza es aceptada, y en consecuencia la ciudad de Oviedo y la Puebla de Grado, con sus alfoces, otorgan Carta de Hermandad á 21 de Octubre de 1309 para ayudarse mutuamente contra Gonzalo Peláez de Coalla y los suyos, por los robos, quemas y otras maldades que cometían; documento interesantísimo, que insertamos en el Apéndice I.

Buen número de particulares se conciertan también con la ciudad y la villa, y se les otorga carta de vecindad con cláusula obligatoria de servir con sus cuerpos y sus armas contra el Conde Peláez y sus secuaces*.

La provincia toda se convierte entonces en un inmenso campo de batalla, tomando sus naturales partido más o menos directamente por uno de los dos bandos. De un lado, el Obispo, el Cabildo y el Conde; de otro, los concejos de Oviedo y Grado, apoyados por los de la Ribera y de Nora y algunos otros, más los partidarios con ellos hermanados.

Toma la lucha carácter de guerra civil, viniendo a aumentar las penurias y desdichas de los pueblos, hasta que reinando Alfonso XI se pensó seriamente en terminar tan espantoso desbarajuste, reprimiendo con mano dura esa lucha extraña, encarnada dentro de la región asturiana, y rehabilitar la autoridad real, desconocida por unos y despreciada por otros.

Cumpliendo, pues, como buenos los tutores del Rey niño, escriben en Octubre de 1315 una carta al Obispo de Oviedo y su Cabildo para que mas no se aliente al de Coalla, censurando agriamente el abuso que hacían de su autoridad y poder, y al propio tiempo mandan a Rodrigo Alvarez de las Asturias, Comendero del Rey, que pase a tierra de Oviedo, se encargue del gobierno, y con fuerzas bastantes que ha de llevar consigo, imponga el orden y la paz*.

No era fácil reducir a la obediencia al Conde Peláez, arraigado su poderío por el tiempo transcurrido y la constante ayuda que el Obispo y el Cabildo le prestaran, y dueño como era de varios castillos, entre los que se contaba el de Tudela, tan malo de batir y casi inexpugnable; pero al nuevo Gobernador adornaban relevantes cualidades, y como además venía á defender una causa simpática y la masa del país, pudo llevar á feliz término la misión que se le encomendara.

Así que el caudillo fiel pisa el suelo asturiano enarbolando el estandarte real, corren a su lado las milicias concejiles y cuantos apoyaban la causa de los concejos, formando un verdadero ejército, a cuyo frente penetra el Comendero en el coto de Olloniego, y sin serio contratiempo logra, antes de lo que creyera, en cerrar á los rebeldes en el baluarte de Tudela.

En él resiste tenazmente el Conde. Cuatro meses duró el cerco, y hubo de pedir el caudillo del Rey a los Alcaldes y Justicias de Oviedo, máquinas y útiles de guerra con el fin de batir la fortaleza, que le fueron enviadas, á pesar del requerimiento del Obispo para que los fierros et cuerdas del Engenio no saliesen de la ciudad*.

Formalizado por último el ataque, se tomó el castillo por asalto en la primavera de 1316, siendo luego desmantelado*.

Su defensor logra escapar con algunos de los suyos...

Consumada la tragedia de Tudela, las gentes de la Puebla de Grado y sus contornos entran en son de guerra en tierras de Coalla, destruyen sus torres, talan y queman con ira, nada quedó, y los coallarines que no pueden huir son pasados a cuchillo, alcanzando igual suerte a los habitantes del coto de Villanueva...

¡Ocho años hacía que acechaban la ocasión! ...

¡Quedó al fin satisfecha su venganza!

En tanto el Conde, perseguido, acosado, consigue salir de Asturias, y busca refugio,en el reino de Aragón o en el de Navarra, no puede asegurarse. Son confiscados sus bienes, y muere en el destierro, pobre, obscuramente, abandonado de todos.

Tal fue el fin de este hombre prepotente, temido, cuyo recuerdo amargo dura aún, a través de seis siglos, en los pueblos que inhumanamente sacrificó.

En la historia de Grado, en medio de ruinas y desolación, de lágrimas y sangre, se destaca, siniestra, la odiosa figura del Conde Gonzalo Peláez de Coalla.

Continúa

"Historia de una Comarca asturiana, Grado y su Concejo" escrita por D. Alvaro Fernández Miranda y prologada por D. Valentín Andrés.

 

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